martes, 19 de octubre de 2010

el día que nunca existió



Los pasos se hacen más lentos si no sabes dónde vas a parar,
más rápidos cuando te vuelves consciente de que nada te obliga a detenerte.

Las calles que dejas vacías a tu paso, cantan solas esta canción...
mientras tú te vas, mientras todos duermen (pssssss).

Hay aceras que se hunden tras tus pies, manos que intentan agarrar tus tobillos sin conseguirlo. Hay brillos de navajas al fondo de portales oscuros en los que nadie vive, llantos de bebé que salen del primer piso y no se apagan.

La señora del bastón, si pudiera, tan poco levantaría la vista para verte la cara. Sólo quiere que tú no veas su bolso. La chica que busca fuego se cambia de acera aunque te vea dar una calada. El frutero que acaba de descargar 12 kilos de chirimoya se da la vuelta y te ve alejarte de la puerta abierta donde tiene 15 kilos de manzanas.

Si te detuvieras sería el suelo el que comenzaría a moverse y el bebé le daría fuego a la hippy coqueta,
la señora la que demostraría su destreza con la navaja sonriéndote con ella apretada entre los tres dientes que le quedan (uno arriba y dos abajo),
las chirimoyas te agarrarían por el tobillo mientras el frutero grita agarrado a los barrotes del oscuro portal (como inspirado por una descarga eléctrica). Si te detuvieras.




Pero continúas andando a un paso perfecto, imposible de definir como lento, en absoluto rápido y en tu cabeza suena como un mantra 'I was living in a devil town...'

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